En Costa Rica hubo, hasta hace pocas décadas, dos tipos de vehículos movidos por tracción de sangre: La carreta con bueyes y el carretón de caballo. La carreta se usaba, principalmente, en zonas rurales. Era tirada por una yunta de bueyes, diestramente conducida por un campesino, valiéndose de una vara larga llamada aguijada o picana, con punta de hierro para azuzar.
Las carretas transportaban café, caña de azúcar y otros productos agrícolas, pero también se usaban para el traslado de personas que no alcanzaban a costearse un coche de caballos.
La mayoría de las carretas son pequeñas en proporción a los bueyes, por lo cual quedan bastante inclinadas, vistas de perfil. Su modesta dimensión podría atribuirse a la naturaleza quebrada del terreno, que limitaba seriamente el peso de la carga.
En contraste con las ruedas radiadas de los carretones, las ruedas macizas de las carretas facilitaban avanzar en terreno fangoso, evitando que se atascaran. Su pintoresca decoración apareció a comienzos del siglo veinte. Al comienzo cada región o provincia tenía sus motivos artísticos propios. No obstante, este engalanado no era común en vehículos de trabajo.
Actualmente y con algo de buena suerte, podemos observar carretas típicas con bueyes en caminos y restaurantes rurales. Algunos campesinos las conservan con fines turísticos.
En tiempos pasados los medios de transporte eran muy modestos comparados con los actuales. Todo se movilizaba por ferrocarril, carretas y carretones. También se usaban pequeños camiones cuando existía vialidad adecuada.
Hoy en día todo se ha tornado gigantesco: Los “containers” y los “semi-remolques” equivalen a cientos de miles de carretas y carretones. Obedecen a una transformación descomunal del país, ocurrida en muy poco tiempo.
La carreta fue también protagonista de supersticiones y cuentos de terror, como “la Carreta Nagua” o “La Carreta sin Bueyes” ¿Recuerdan la del “Fantasma del Teatro Nacional” que aparecía a medianoche? También servía como medida, por ejemplo, “una carreta de leña”. ¡Esta dotación de leña costaba cinco pesos, según el poeta y escritor Aquileo Echeverría!
Hoy encontramos carretas pintadas de todas dimensiones, desde un adorno para la repisa hasta una carreta-bar para la sala, o bien una de tamaño real para el jardín. Tristemente, el ubicuo carretón de caballo que jugó un papel de primer orden en el transporte urbano de San José y de otras ciudades, parece destinado al olvido. Solo los octogenarios lo recordamos con cariño. El carretonero se distinguía por un lenguaje muy “florido” y muy objetado por las buenas amas de casa.
Los aficionados a los ferrocarriles también lamentamos profundamente la desaparición de los trenes de largo recorrido, tanto de pasajeros como de carga, que comunicaban a San José y ciudades intermedias con Limón y Puntarenas. Las carretas y carretones también integraron esta vasta red de transporte nacional, hoy obsoleta e irrecuperable, gracias al progreso.
